Llora
llora
hasta que te duelan los ojos
hasta
que te cueste respirar entre cada sollozo
hasta
que sientas que el cuerpo languidece
y
el alma entra en coma.
Deja
que se juegue hasta la última lágrima
que
tengas resecas hasta las entrañas.
Siente
que el dolor te recorre una y otra vez
una
y otra vez
una
y otra vez…
Ódialo
pero
deséalo mientras lo aborreces.
Porque
el dolor es sabio
nos
recuerda que estamos vivos a cachetadas,
que
no somos omnipotentes
mucho
menos perfectos
somos
perfectamente humanos
con
miedos, fracasos, tropiezos.
Es
sabio porque es un arma de doble filo,
te
ahoga brutalmente en la realidad
pero
resucita de un sacudón el deseo de vivir
que
aún sigue intacto
y
con energía para dar mil batallas más.
Y
vuelves a la superficie a buscar oxígeno
recuerdas
que sabes nadar
a
lo sumo flotar.
Y
ya te sientes más liviano
porque
en la desesperación por volver a respirar
olvidaste
en el fondo aquella fastidiosa carga que te había hundido.
Te
sientes vacío,
pero
ya no es ese vacío que pesaba toneladas
sino
uno ansioso por volver a llenarse.
Empiezas
a curar el alma
abastecer
a tus deseos
y
lo que primero es a penas conciente y tímido
toma
forma, color… y se proyecta.
Entonces
te cuestionas el camino
no
sabes cómo continúa
pero
ves que es sano
porque
te mueve el amor
no
cualquiera
el
único que te puede abrir un universo de posibilidades
el
amor propio.
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